Cultura |Culture / Opinión / 05/16/2015

Una conversación con mi hermana sobre el machismo como costumbre familiar

“No hablamos sobre el machismo por las mismas razones por las cuales no hablamos sobre el sexo, la violencia doméstica, las drogas o sobre los métodos de anticonceptivos y más en las familias latinas, simplemente no se habla sobre eso”, dice la maestra Eveline Torres.

Por PRISCILLA DÍAZ
EL NUEVO SOL

En su juventud, mi hermana mayor, Zulema, anticipaba sus viajes al pueblito de nuestra madre. Quién no quisiera poder ir a un país donde las tortillas todavía son hechas a mano, los frijoles se calientan sobre la leña, las casas permanecen limpiecitas desde la mañana hasta la noche, la ropa está bien perfumada y planchadita, las mujeres son bien mujeres y los hombres son bien machitos. Todo esto parecía ser solo parte de la cultura cuando mi hermana era una adolescente. Ella veía cómo algunas de las costumbres de su cultura eran tan fastidiosas:

“No conviví mucho con mi abuela, pero sí recuerdo cada vez que viajaba a Nayarit era muy fácil ver las diferencias en la crianza de mis tíos y primos en comparación a la mía”, dice Zulema. “Por ejemplo, mis tías que aún no eran casadas tenían la obligación de hacer todos los quehaceres del hogar. A la misma vez, tenían que cumplir con todas las labores del hogar así como limpiar los cuartos y tender las camas donde los hombres dormían, y levantar lo que dejaban en el piso, como ropa sucia y zapatos”.

Aunque no lo parezca, las culturas latinas están repletas de costumbres machistas. Generación tras generación, estas costumbres se han inculcado en las tradiciones de las culturas latinas, se han vuelto tan comunes que es fácil ignorar el daño que causan.

“La sociedad tradicionalmente autoritaria y machista confiere al varón el predominio sobre las decisiones en la dinámica de la organización y estructura de la familia, asignando a la mujer un rol inferior, subordinado y dependiente”, escribió la investigadora Carmen Pimentel, quien estudió la violencia familiar en las zonas urbanas pobres de Perú.

Estas características son tan presentes en las culturas latinas que se han vuelto casi irreconocibles. Al contar lo pesado que era el trabajo de la mujer en el pequeño pueblo de nuestra madre, es evidente que el machismo se confunde con la que se llama costumbre.

Mi hermana Zulema, circa 1991.

Mi hermana Zulema, circa 1991.

Como mi familia trabajaba en el campo, era muy común que mis tíos regresaran a casa con pantalones llenos de lodo y rasgos verdes de los pastizales” dice mi hermana Zulema. “Mis pobres tías tenían la responsabilidad de lavar sus ropas a mano y asegurarse que los pantalones de mezclilla blanca quedaran absolutamente blancos. Cuando mis tíos tenían que salir, eran mis tías o mi abuela quienes se dedicaban y esmeraban a plancharles la ropa que usarían. Primero calentaban la plancha en la estufa y después lograron obtener una plancha eléctrica que facilitaba el planchado”.

Estas costumbres eran tan presentes y tan mexicanas que era indecente no involucrarse en el quehacer. “En mi etapa de adolescente, durante el tiempo que visitaba en las vacaciones, decían que era ‘huevona’ o perezosa porque yo no hacía esas cosas en mi propia casa”, dice Zulema. Aunque estos patrones de conducta aún se ven en las nuevas generaciones, no son exclusivas del país o pueblo porque, dice Zulema, se “siguen viendo aquí y allá en diferentes generaciones”.

Es importante reconocer que el machismo es una epidemia que tenemos que curar por el bien y la salud de los latinos. El machismo no solamente afecta las costumbres sino que puede afectar también la salud y el bienestar de la población. Este es el caso de las adolescentes latinas, quienes es más probable que sufran de depresión debido a la diferencia de la creencia de sus padres y ellas, según un estudio de Yolanda Céspedes y otros investigadores.

Eveline Torres, maestra en una escuela de rehabilitación en San Diego dice que aunque no puede contar cómo es que las familias de sus estudiantes son afectadas por el machismo, reconoce que la mayoría de sus alumnos son afectados por efectos persistentes del machismo en el hogar. La mayoría de sus estudiantes vienen de familias de bajos recursos y casi siempre son latinos o afroamericanos y viene de lo que se llama “familias rotas” y otras circunstancias de dificultad familiar.

“Creo que es generacional y puede ser individual a cada familia”, dice Torres, “los jóvenes de las nuevas generaciones están cambiando este ciclo y han empezado a pensar en una forma mucho más progresiva. Desafortunadamente, muchas veces caen en estos “roles de género” inconscientemente”, todavía hay restos del machismo, pero lo vemos menos con cada generación”.

El problema con el machismo es que en las culturas latinas nos hemos vuelto tan confortables con sus costumbres que el cuestionarlas no es algo muy común. “No hablamos sobre el machismo por las mismas razones por las cuales no hablamos sobre el sexo, la violencia doméstica, las drogas o sobre los métodos de anticonceptivos y más en las familias latinas, simplemente no se habla sobre eso”, dice Torres.

Mi hermana Zulema y su familia, circa 1993.

Mi hermana Zulema y su familia, circa 1993.

Aunque parece ser que el machismo es un problema presente más en las generaciones mayores, rasgos de su veneno permanecen en las costumbres de las culturas latinas. “En mi familia, el rol de hombre no estuvo muy presente, pues vengo de una madre soltera y soy de siete la mayor” dice Zulema. “Aunque solo tuve dos hermanos varones, no hubo muchas diferencias entre nosotros. Mi madre tanto les daba quehaceres a ellos como a mí y a mis hermanas. Ellos tenían la habilidad de prepararse alguna comida rápida, echar su ropa a lavar y planchar únicamente si era necesario”. “Al tener estas conductas, en mi casa fue que pude ver la diferencia entre lo que pasaba en otros hogares y el mío.”

La mejor solución que se ha presentado ante el machismo es abrir la conversación sobre el tema y permitir escuchar, hablar y crecer al empezar la plática. “Tenemos que poder hablar sobre las antiguas tradiciones y cómo nos afectan”, dice Torres. “Tenemos que ver la realidad de estas costumbres. Para poder cambiar, tenemos que reconocer y hacer un esfuerzo consiente en tratar de cambiar las costumbres que nos hacen daño y tratar de cambiar la forma de cómo la familia interactúa. Si abrimos la conversación, es posible que pueda haber un cambio”.

Para terminar las costumbres machistas en la cultura debemos reconocer de errores previos y evaluar las situaciones, pensar y cambiar. “Debemos de empezar a conocer y reconocer que es el machismo e identificar ciertos hábitos que se han hecho por costumbre ya y lo vemos como algo completamente normal y casi innato”, dice Zulema. “Tener estas conversaciones en todos los sectores para ayudar a propagar la concientización de la comunidad es eficaz para asegurar que el machismo no se siga dando”.


Tags:  Latinos machismo Priscilla Díaz

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Priscilla Díaz
Mi nombre es Priscilla Diaz y nací en San Diego. Me interesa escribir sobre mujeres, política, temas de justicia social y derechos humanos. He tenido la oportunidad de visitar los monumentos que marcaron en algún momento la vida de Martin Luther King, hijo, y el año pasado finalmente pude visitar el Motel Lorraine, en donde fue asesinado.




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